samedi 27 décembre 2008

El boj


Escarcha


Los primeros vientos fríos del invierno me devuelven a los caminos profundos de mi pueblo de Corréze, las “vías” como se les llamaba allí.
Claro está, son recuerdos de vacaciones o de días festivos en los que, con el sempiterno tirachinas en la mano y con los bolsillos llenos de guijarros hasta reventarlos, íbamos a disparar –en vano, desde luego– contra los mirlos y los gorriones en las ramas negras de los árboles, a veces erizadas de escarcha o encollaradas de armiño recién nevado.
Ni teníamos guantes ni nos molestábamos con abrigos o parcas como ahora se ven pero, uno o dos jerseys no siempre eran suficientes para cortar el viento, razón por la cual a veces buscábamos amparo en una concavidad del terraplén o en una mata de árboles.
Ahora bien, en invierno escasos son los árboles que conservan su follaje, siendo el boj uno de ellos, y los conocíamos todos.
Tengo todavía en los hombros y la espalda esa maravillosa impresión de alivio que de repente nos envolvía, resguardados del viento afilado y a veces de los copos, en el corazón de una mata de boj, embriagados por el perfume silvestre de sus innumerables y diminutas hojas densas.
El silencio del campo a veces entrecortado por algunos rústicos crujidos cincelados por el aire gélido alargaban a placer el tiempo de la “caza” y del juego.
El boj: ¡qué historia tan extraña la de su nombre y sobre todo la de su familia semántica!
La lengua española, a semejanza de sus hermanas latinas, incluyendo el inglés, han bebido en el latín buxus, el cual procedía del griego antiguo puxos : el boj. Hasta aquí, nada especial.
Pero la lengua inglesa nos reserva algunas sorpresas: si nombra “box” al árbol, también utiliza este término para designar una caja, e incluso el boxeo (el deporte). ¿Será que están locos esos ingleses? ¡En absoluto!
En efecto, ya en griego antiguo puxis designaba a la vez una caja de boj, madera preciosa, destinada a guardar joyas y una tablilla donde se escribían mensajes.
Pero, ¿qué se puede decir del “boxeo”? Volvamos al griego antiguo: pux, adverbio, significaba entonces “a puñetazos”. De ahí sacó el latín la raíz pug sobre la cual edificó pugnus, pugilatus, etc., términos que han dado en español “puño”, “pugilato”, etc. Y en inglés “to box”: boxear y “box”: el boxeo.
Nos queda la asociación del boj con el puño. ¿Será la dureza la que vincula los dos? En efecto, el boj es la madera más dura, después del ébano y, si los antiguos griegos no conocían el ébano, el boj era para ellos la madera más dura de la creación: era pues una referencia ideal para una metáfora de la dureza. Se puede notar que los masones siguen utilizando para sus ceremonias un mazo de boj como símbolo de firmeza y perseverancia: nada se pierde, en el fondo, en las tradiciones.
Pero, ¿qué diremos del hecho de que pux (pux/pugos) como sustantivo, se empleara a veces por pugé: “la nalga”, y que aquella raíz estuviera ya vinculada a los simpáticos pigmeos de la selva africana? ¿Juego de palabras, salacidad, humor griego? Uno se pierde en conjeturas...

Nosotros no sabíamos todo eso en el pueblo, ni tampoco éramos menos felices por ello; pero, ¿no es más divertido conocerlo?
Sólo conocíamos del boj su olor, sus aquenios con las cuales hacíamos “ollas” de cuatros patas, y sus ramos benditos que dejábamos a otros.
En cuanto a los hermosos trompos de boj, tan sólo habíamos oído hablar de ellos..., objetos de lujo que a veces veíamos en los catálogos. Los nuestros, se habían sacado de las hayas y de los robles de nuestros oquedales, y ¿no era mejor así? En efecto, ¿os habéis parado a pensar que, para tornear un trompo de boj de sólo cinco centímetros de diámetro, hay que sacrificar un árbol –a condición toda vez que sea bien redondo— que ha tardado más de cien años en crecer?
¿Será bueno quemar por los dos cabos la vela de la fiesta?

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